Decenas de miles de manifestantes propios, pero también llegados de otros lugares de la Europa de las libertades, desafiaron ayer abarrotando las calles de Budapest ... la prohibición por el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, de la marcha del Orgullo que reivindica la legitimidad del colectivo LGTBI; el derecho, en definitiva, a amar a quien se quiera sin ser perseguido por ello.
La potente imagen proyectada desde la capital del país al resto del mundo, con los defensores de la homosexualidad ahogando pacífica y festivamente la contramanifestación de ultraderecha convocada, interpela a Orbán porque el cuestionamiento a su excluyente y sectaria política nace de las entrañas de la sociedad cuyas ambiciones más íntimas pretende acotar.
Son miles de sus conciudadanos y conciudadanas los que claman contra él y lo que representa. La presencia a su lado de la comisaria de Igualdad, Hadja Lahbib, y setenta eurodiputados escenifica una respuesta al veto de Orbán que compromete a las instituciones europeas a garantizar los valores fundacionales sobre los que se cimenta el proyecto común si el Gobierno de un Estado miembro los violenta. Algo en lo que se afana esta Hungría con inquietante riesgo de contagio.
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