
Javier Rupérez
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Javier Rupérez
Javier Rupérez (Madrid, 1941) ha sido diputado y senador, embajador de España en Estados Unidos y ante la OTAN, entre otros cargos. Ahora preside la plataforma Denaria, que defiende el dinero físico como un derecho. Pero como él dice, todo está relacionado: la democracia, la economía, la guerra, la geopolítica.
–Ha venido a hablar de dinero en efectivo. ¿Cómo es eso?
–La protección y la defensa del efectivo como sistema de comportamiento económico es central en el funcionamiento de la economía. La plataforma es el resultado de dos sectores interesados, que en el fondo reflejan también una importante unanimidad en la sociedad. Por una parte, empresas que fabrican el efectivo, que protegen el efectivo, que se ocupan de la seguridad del efectivo. Por otro lado, sectores sociales que necesitan el efectivo –personas mayores, discapacitadas, que viven en la España vaciada–. Por otra parte, promocionamos la idea del efectivo como uno de los sectores fundamentales de la vida económica y social. Desde el punto de vista de la privacidad, la seguridad y la libertad.
–Más que nunca se utilizan los medios digitales, las tarjetas, los móviles. Pero el apagón demostró que no son la panacea.
–En el apagón lo que se vio precisamente es que el efectivo es un elemento sustancial para la supervivencia. Sin comunicaciones, sin alimentación porque no se podía ir a una tienda porque las tarjetas no funcionaban. Si eso se llega a prolongar hubiera sido un problema realmente grave porque efectivamente los ciudadanos no hubieran tenido la posibilidad de acceder a los elementos básicos para su supervivencia. Pero aparte de las situaciones graves, las dramáticas y catastróficas, lo que es evidente es que el efectivo juega un papel fundamental en la vida económica normalmente desde todos los puntos de vista. Hay un 60% de españoles que dicen que utilizan el efectivo diariamente. Y hay un 70% que aunque no utilicen el efectivo, quieren que exista el efectivo como sistema de pago.
–Eso en España, que forma parte de la Unión Europea.
–Es difícil imaginar cómo se puede articular este sistema económico sin la existencia del dinero físico, que como digo, garantiza privacidad, seguridad y libertad. Lo estamos viendo aquí y en Europa, y recordar también que hay una ley europea traducida al sistema legal español que establece la obligatoriedad de la aceptación del efectivo como sistema de pago. Pero hay un problema adicional en España; el límite para la utilización del efectivo está en los 1.000 euros, un límite muy bajo cuando una buena parte de los países miembros de la Unión Europea el límite lo tienen en 10.000 euros.
–España ha demonizado el uso del dinero efectivo para evitar el fraude, ¿no?
–La realidad es que en este momento el fraude está en los sistemas telemáticos. No digo yo que no haya fraude en el efectivo, pero numéricamente, cuantitativamente, porcentualmente, el fraude está en los sistemas digitales, sin ningún tipo de duda. De manera que eso no es un argumento.
–¿Y está provocando el sistema una discriminación social?
–Sí, pero ya hace unas semanas, antes del apagón, la propia presidenta de la Comisión Europea había presentado eso que se llama un kit de supervivencia, con toda una serie de objetos, incluido dinero. Lo que está claro es que estamos en una situación internacional complicada, por decirlo suavemente, en donde podría producirse eventualmente una conflagración bélica, y la señora Von der Leyen avisa a los europeos de que deberían tener efectivo.
–¿Qué cantidad?
–La cantidad a recomendar para que los españoles tuvieran en casa, digamos guardadito, para el caso de que eso se produjera (un conflicto), serían más o menos unos 200 euros por semana y por persona, para gastos de comida y básicos. Lo que sí hemos observado es que inmediatamente después del apagón la demanda del efectivo en los cajeros se ha elevado un 38%, ya que los propios ciudadanos se han dado cuenta que necesitan el efectivo.
–¿Y qué opina de los llamamientos al rearme de la UE?
–Que hay que hacerlo. Estamos viviendo una situación de una enorme imprevisibilidad. Al cabo, hemos vivido durante los últimos 80 años de una solución que venía del resultado de la Segunda Guerra Mundial que, con todos sus defectos, básicamente ha evitado una Tercera Guerra Mundial y al mismo tiempo ha ido permitiendo la mejora social, política y económica, no únicamente de Europa, sino de gran parte del mundo. Ha permitido la descolonización, el establecimiento de sistemas que respetan la dignidad de la persona, los derechos humanos, el derecho internacional, que establecen a través de las Naciones Unidas una serie de comportamientos. Eso está gravemente en duda. La Federación Rusa ha violado gravísimamente las normas básicas de la Carta de las Naciones Unidas al utilizar la fuerza para invadir Ucrania. Y tenemos a los Estados Unidos, que era la cabeza de la racionalización de la vida internacional, que en este momento no sabemos exactamente dónde está, o más bien tememos que ya no esté donde estaba desde el punto de vista de las obligaciones internacionales, hasta el punto de que está sacando del hoyo a Putin. Precisamente en este momento el aliado de Trump parece ser fundamentalmente Putin. De manera que tenemos una serie de inconvenientes e incertidumbres enormes.
–¿Y qué hacer frente a todo eso?
–La respuesta tiene que ser fundamentalmente europea. Lo principal es garantizar la unidad europea, garantizar la respuesta europea, la capacidad europea de defensa, no para ir a la guerra, sino precisamente para evitar ir a la guerra. Se trata de capacidad disuasoria, y para tenerla hay que estar armados.
–¿Y a quién debemos temer más, a Putin o a Trump?
–Putin es un criminal de guerra. Trump no lo es todavía. Desde el punto de vista del respeto a las normas internacionales, los dos son exactamente igual de abandonistas. Trump no tiene ningún gusto por la norma internacional; ni respeto por las normas nacionales. A Trump lo calificaría de personaje extremadamente imprevisible y eventualmente peligroso.
-Y España, ¿en qué lugar queda?
–España es miembro de la Unión Europea y de la OTAN. Cuando muere Franco y llega la democracia, no estamos en absolutamente ningún lugar. Y esos primeros años de la transición, desde el punto de vista de la proyección internacional, para nosotros, y desde luego para mí personalmente, tenían esa finalidad fundamental. Estar donde se debía estar, que era con los países democráticos, con los países occidentales. Ahí seguimos estando. El problema es la política interior; no hay política exterior que se tenga en pie si no hay una coherente política interior. Y claro, eso hace sufrir la proyección de la política exterior, porque al fin y al cabo nos estamos mirando unos a otros y los demás se dan cuenta que en este momento la España interior no está tomando exactamente las medidas como para hacerla un elemento responsable y fiable en la vida internacional.
-¿Y cómo calificaría nuestra democracia?
–Defectuosa, defectuosa. Tenemos un gobierno que depende, para su propia supervivencia, de partidos que quieren la ruptura de la integridad nacional, incluso de partidos que tienen una historia de terrorismo, a la cual yo no soy ajeno, por otra parte. De manera que desde ese punto de vista yo creo que estamos en una situación extra complicada.
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