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En algunas viviendas del barrio de Cuevas Blancas, la edad se ha convertido en una cárcel. Hasta ellas no llegan carreteras, ni aceras, no hay calles que las conecten a una vida digna. Solo una vereda, un camino de cabras excavado en la ladera, con trasuntos de escalones, reducen el riesgo de caída para unos pasos ágiles. Sin embargo, las piernas de Juana González, con 92 años de pasos y marcas de múltiples caídas, ya no pueden superar la pendiente de tierra y se sienta en el sillón de su casa, rea del tiempo y reclusa entre las cuatro paredes de las que ya no puede salir.
Su clausura solo se rompe cuando la tienen que llevar al hospital. Y es ahí cuando la falta de accesos clama al cielo. Para poder sacarla de casa se hacen necesarias dos ambulancias y un equipo de bomberos, de modo que puedan portarla en una camilla hasta la carretera de Cuevas Blancas, que se encuentra varios cientos de metros más abajo.
«Aquí los viejitos están condenados a morir en casa», se lamenta Juan Carlos Lorenzo, la voz que siempre irrumpe desde el fondo del barranco para reclamar mejoras para este barrio de Las Palmas de Gran Canaria que fue producto del reparto de tierras que se produjo a fines del siglo XVI.
Juana González explica que siente tener que ir al hospital por la impotencia que le genera tener que requerir tanta ayuda. «Estoy sufriendo, mi hijo», detalla, «tienen que venir dos ambulancias y los bomberos, tendrían que hacerme un caminito para poder bajar tranquila».
Su hijo, Juan Rafael Hernández, junto al resto de la familia, han ido adecentando la escalera, pero aún así resulta intransitable para Juana. «La viejita pasa mucho trabajo para sacarla y llevarla al Negrín, a ver si el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria arregla algo». Su petición de convertir la senda en una calle sería una solución para todos y un alivio para Juana. «Podríamos bajar a mi madre en una silla de ruedas y llevarla a donde quisiéramos», añade.
Es una historia repetida. «Primero le pasó a mi padre, hace ya veintitrés años, y ahora le sucede a mi madre», asegura otra hija de Juana González.
Juan Carlos Lorenzo recuerda que en el Plan General de Ordenación Urbana de 1995 se había proyectado una calle con acera que conectaba la casa de Juana y otra que está por encima al resto de barrio de Cuevas Blancas, pero aquel proyecto nunca fructificó.
Indica que la situación se da en otros puntos del barrio con accesos de tierra, si bien no con la inclinación que retiene a Juana González. «Hay vecinos que se tienen que refugiar en casas de otros cuando llueve», señala a un grupo de viviendas que está en la ladera de enfrente. «Esto lo tendrían que ver los jueces que vengan a valorar la candidatura de Las Palmas de Gran Canaria como capital cultural europea», una aspiración proyectada por el grupo municipal de gobierno para el año 2031.
Lo dice con la resignación del barrio autoconstruido a base de sacos de cementos cargados durante kilómetros al hombro. Y con la sensación de que las instituciones públicas cuidan más las empresas ubicadas en la urbanización industrial La Cazuela, al otro lado del barranco, que las condiciones de vida de sus vecinos.
En el barrio de Cuevas Blancas, las obras se recuerdan por su responsable. Tan escasas son. El vallado de una acera que da a una ladera, impulsado por la concejala Nardy Barrios en el mandato 2007-2011 es la última actuación del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria en este barrio, salvo la reposición hace unos días de dos farolas. «Así no podemos sentirnos vinculados a Las Palmas de Gran Canaria», reconoce Juan Carlos Lorenzo, «da la impresión de que la alcaldesa, Carolina Darias, está hibernando en su cueva, y eso que teníamos confianza en que mejorara la situación de la ciudad, pero ni siquiera ha venido a ver a los vecinos aquí».
Por el barrio tampoco se nota un gran esfuerzo en mantener las zonas verdes. «En otros lados te plantan un huerto urbano para que la gente pueda tener sus plantas, pero aquí nos pasan media hora de agua cada tres días y las palmeras se están perdiendo», asegura el representante vecinal.
Más arriba, donde hay otro núcleo de casas terreras entre la ladera y la carretera, otro grupo de palmeras se enfrenta a la desaparición. «Dicen que no las atienden porque no están censadas», denuncia Lorenzo.
Las tuberías del riego por goteo que instalaron los vecinos hace años para evitar que se sequen estas plantas tampoco transportan agua. Uno de ellos indica que él sale de casa «con dos garrafas de agua y las riego porque el goteo no funciona».
La lenta agonía de las palmeras es solo un anuncio de lo que proyecta el dragonal-palmeral que está junto a la rotonda donde se levanta la escultura de Juan Hidalgo, ya a la salida del barrio. Allí, decenas de cadáveres desesperan a Juan Carlos Lorenzo. «Y eso que los dragos canarios están en peligro de extinción» señala Juan Carlos Lorenzo, quien reclama ese espacio para que los vecinos de Cuevas Blancas puedan tener un parque.
Las cuevas desfondadas junto a la carretera principal de entrada al barrio son otra de las preocupaciones que no tienen ninguna respuesta institucional.
Lo mismo que la carretera que baja de la vía de Los Giles, que es una sucesión de baches y remiendos que hacen temblar el coche. Por no citar el estrechamiento en algunos tramos, que dejan marcados los vehículos.
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