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Mari Carmen Rodríguez posa ante el colegio Don Benito de Schamann, donde trabajó durante tres décadas. Cober
Mari Carmen Rodríguez: La línea de la vida mide 450 metros

Los rostros del barrio

Mari Carmen Rodríguez: La línea de la vida mide 450 metros

Nacida en la calle Sor Simona de Schamann dedicó casi toda su vida profesional a la docencia en el colegio Don Benito, junto a la puerta de su casa, donde influyó en la educación de varias generaciones de vecinos del histórico barrio

David Ojeda

Las Palmas de Gran Canaria

Sábado, 10 de mayo 2025, 23:15

Sor Simona atraviesa el histórico barrio de Schamann como Spaccanapoli divide en dos la italiana Napolés. Una calle de 450 metros de longitud que empieza en el colegio Don Benito y finaliza allá donde corrieron los galgos. Ese es el recorrido vital que construye el relato emocional de una vida, la de Mari Carmen Rodríguez, nacida en esa arteria de Ciudad Alta y durante tres décadas docente y directora del centro educativo.

Hoy jubilada espera a la sombra frente a la otra entrada del colegio, en Mariucha. Su mirada está borrosa por la emoción contenida en la lluvia de recuerdos que fugazmente empapa su memoria. «Yo fui quien impulso el cambio de nombre, cuando pasó de llamarse Reyes Católicos a Don Benito», explica en el comienzo de la conversación.

Y es que a través de sus recuerdos se puede componer el histórico de la transformación de un barrio desde su infancia, cuando los tiempos eran muy distintos. «Nací en mi casa, con una vecina que era la que atendía en aquellos años todos los partos en el edificio», cuenta.

En sus primeros años de vida testimonió la construcción física y social de un barrio hoy inabarcable. «Se fue haciendo con gente que venía de otros lugares de la isla. En el caso de mi familia procedían de Arenales, de Fuera de la portada como se decía entonces. En esos años todo aquí era muy familiar, de hecho mantengo el contacto con el grupo de amigas de esa época», cuenta.

La de Schamann es una historia que se repite en los barrios que se abrieron desde el centro de la ciudad en los años del desarrollismo. «Mi padre me contaba que cuando ellos llegaron aquí las carreteras eran aún de tierra, que las casas estaban todavía por terminar...».

Hija de carpintero, todavía pasea por las calles del barrio y es capaz de rememorar los olores de esos días felices de infancia, desde el serrín de la carpintería de su padre hasta el que provenía del horno de aquella señora que asistió su nacimiento, que siempre tenía la puerta abierta y repartía bollos y queques entre los niños del barrio.

Cuando comenzó su carrera como docente nunca esperó que la vida le pusiera delante la oportunidad de trabajar en el colegio de su calle. «Fue algo muy especial, además cuando comencé a dar clases acababa de tener el primero de mis hijos –Efrén y Aída son sus descendientes– y era una tranquilidad enorme saber que estaba cerca mi madre para ayudarme en lo que pudiera necesitar si surgía algo», señala.

Una vida dedicada a la educación

La mayor parte de sus 29 años en el Don Benito –al principio Reyes Católicos– los dedicó a la educación infantil. Ese momento trascendental de acceso al sistema educativo. Luego pasó a primaria en los nueve años en los que asumió la dirección.

Desde allí su conocimiento del barrio se hizo más ancho, más completo. «He tenido en clase padres, hijos y nietos de una misma familia. Empecé siendo muy joven y hubo generaciones de padres que lo fueron muy jóvenes. Es muy emocionante para mí pasar por el barrio y que estas personas se acuerden de ti y te saluden. Te deja la sensación de que alguna forma es una recompensa al trabajo que realicé», asevera.

Sus comienzos en la docencia coincidieron con años complicados en el barrio y, por extensión en toda la ciudad. 1990 abría una década que raspaba los restos de los años más oscuros del consumo de drogas, y Schamann, con sus vecinos El Polvorín y el Buque de Guerra, no era un terreno libre de esos problemas.

Pero ella recuerda con afecto ese tiempo y a las personas con las que compartió aquella etapa. «Mi equipo en el colegio siempre estuvo integrado por gente muy buena, muy válida. Y en mis primeros 16 años di infantil, que es un ciclo en el que tienes mucho contacto con los padres. Y guardo muy buen recuerdo», dice.

La identidad y la tradición marcaron su camino docente. Tuvo claro siempre que los contenidos canarios debían prevalecer ante las fiestas foráneas y eso formaba parte del recorrido de un curso escolar entero, no como una actividad aislada.

Y en esas llegó el cambio de nombre del colegio, un paso natural en un barrio impregnado de la obra de Benito Pérez Galdós en los nombres que ilustran su callejero y en las desteñidas fachadas de sus edificios a través de murales. «Tuve críticas al principio. Como colaborábamos con el Liceo Galdós tuvimos varias reuniones y apostamos por el cambio de nombre. No todo el mundo estuvo de acuerdo y todavía me encuentro con gente que estuvo en el Reyes Católicos que qué pena que le quitamos el nombre que era el de sus recuerdos», explica.

Hoy vive una cuarta más allá, en Altavista, pero mantiene el orgullo de pertenencia del barrio intacto. Se sorprende aún cuando conoce gente de la parte baja de Las Palmas de Gran Canaria que no sabe de esta parte de la ciudad. «Aquí puedes recorrer la obra de Galdós a través de todas estas calles con sus nombres relacionados con su obra, vivir la ciudad con unos miradores maravillosos...», señala tratando de reivindicar, como hacía como docente, ese sentido de pertenencia que es una virtud de la que no muchos pueden presumir.

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