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Mercedes Gallego
Viernes, 9 de mayo 2025
John Prevost sabía que esto iba a ocurrir. «Le van a escrutar a izquierda y derecha», dijo el hermano mayor del nuevo Papa, cuando empezó ... a digerir la noticia de su nombramiento. Lo que todavía no sabía es que ese escrutinio le salpicaría a él y a toda su familia. Afortunadamente León XIV tiene, en palabras de su hermano, «la paciencia de un santo», pero no todos los mortales pueden decir lo mismo. En las primeras horas, este maestro educado y bonachón, apenas un año mayor que el Pontífice, contestó el teléfono a la Prensa y abrió las puertas de su casa a las cámaras con las que compartió su júbilo e incredulidad, pero pronto el morbo natural del ser humano empezó a dispararse.
«Primero nos fijamos en qué ropa llevaba cuando salió al balcón. Luego, cuando supimos que era de Chicago, si iba a ser un fan de los Cubs o de los White Sox», sonrojó a sus feligreses ayer el obispo auxiliar de la catedral del Sagrado Nombre, Lawrence Sullivan, que dedicó la misa a rezar por el Santo Padre. Eran válidas preguntas, porque en Chicago los dos equipos de béisbol representan fidedignamente la brecha sociocultural de la ciudad. Si hubiera sido de los Cubs, como originalmente se dijo, hubiera sido como nacer en Vallecas y ser hincha del Real Madrid.
Los Prevost se criaron en un barrio obrero del sur de Chicago, diverso y duro, donde todavía incomoda entrar a los taxis en la oscuridad de la noche. La casa de ladrillo rojo que los progenitores compraron en el 212 East 141 de la calle Place en Dolton con una hipoteca de 42 dólares al mes en 1949 ha pasado por muchos inquilinos desde que la vendieron, pero justo ha vuelto al mercado hace unos meses con una mano de pintura nueva que la adecenta para la ocasión. El desfile de periodistas buscando las raíces de León XIV en lado sur de Chicago tenía ayer extasiados a los vecinos de más edad en el barrio, aún capaces de desempolvar alguna memoria sobre el niño dulce y amable al que sus padres, catequistas, guiaron por el camino devoto de la Iglesia.
A John le confundían con su hermano a menudo. Algunos incluso pensaban que eran mellizos, pero el vástago mayor dice que Robert era el juicioso, el que le daba consejo. Y en esa tónica, se convirtió en un sólido hombre de Iglesia, culto en Derecho canónico y curtido en las misiones del Perú. También sabe lidiar con la Prensa. Mientras su hermano despachaba ayer a derecha y a izquierda con CNN y Chicago SunTimes, observó las llamadas perdidas del nuevo Papa y le llamó rápidamente de vuelta para felicitarle en directo. Leon XIV declinó su propuesta de hablar con el periodista y le dio indicaciones para que hiciera la maleta y viajase a Roma inmediatamente, para acompañarle en el estreno de un pontificado con el que sus padres, católicos devotos, ni siquiera pudieron soñar.
Ayer la prensa seguía tocando la puerta y acampando en el césped de esa casa de suburbios de New Lenox (Ilinois). El debate público había pasado de la capa y los club de fans al color de su sangre. Sus abuelos maternos eran negros, o al menos mulatos, determinó el genealogista Jari Honora para The New York Times. Originalmente se había dicho que Mildred Martínez, la madre del Papa nacida en Chicago en 1912, era dominicana de ascendencia española, pero según los archivos en los que ha escarbado el investigador, sus padres estaban registrados como negros cuando se casaron en Nueva Orleans en 1887. «Ambos eran gente de color, no hay duda alguna», aseguró el experto. Era este abuelo materno, Joseph Martínez, el que decía tener raíces dominicanas, aunque algunos archivos le atribuyen haber nacido en Haití, la mitad negra francesa de la isla de la Hispaniola. Su oficio, liar puros, mientras que su esposa Louise Baquié había nacido ya en el barrio de los esclavos liberados de Nueva Orleáns.
La historia genealógica del Papa americano se hundía cada vez más en las raíces criollas y cautivaba la imaginación de quien lo veía ya como la quintaesencia del EE UU de razas mixtas que reivindica un ala el país, confrontada con la admiración racial por los nórdicos europeos que profesa sin complejos el 'América First' de Donald Trump.
Los curiosos profanaban ayer la intimidad de Mildred Prevost en su tumba de Chicago y escrutaban el obituario de la devota bibliotecaria, «amada esposa del superintendente del colegio público 167, fervorosa madre de Louis Martin, John J. y el (entonces) reverendo Robert Prevost», decía la esquela. En lugar de flores, se agradecerán contribuciones a las Misiones Agustinas de Perú».
Ninguno vivió para verle convertido en obispo ni en cardenal, pero sí de misiones en Sudamérica, con la sotana remangada y las manos llenas de tierra. «Nunca se hubieran imaginado esto», contó extasiado y un poco nostálgico John Prevost, quien confirmó al New York Times los orígenes de sus abuelos en Nueva Orleans, pero negó que su familia se identifique con tener sangre negra.
El escrutinio se estaba volviendo irritante. Empezó evocando los juegos de la niñez en la escuela ya desaparecida de Santa María de la Asunción, donde su hermano pretendía impartir misa, mientras otros niños jugaban a ser policías o bomberos. John disfrutaba desempolvando esos recuerdos, mostrando a los periodistas fotos en blanco y negro de su orla universitaria, y proyectándole como alguien «ni demasiado a la izquierda, ni demasiado a la derecha», que mantendrá centrada la brújula moral de la Iglesia. Su elección, trataba de neutralizar el obispo Lawrence Sullivan en la catedral, «no tiene una lectura política, sino humana», aseguró. «Va a ser un abogado de los pobres y de los desamparados. Se alzará para dar voz a los que no la tienen y los más necesitados».
Así lo sentía también la vecina de John, Sandy, que junto con su marido vela por el septuagenario maestro retirado, quien ayer viajaba en primera clase a Roma convertido en el hermano del Papa. «Va a alzar la voz por los que están siendo perseguidos en este país, lo siento en mi corazón». El propio John había admitido en sus entrevistas que el mal trato a los inmigrantes es algo contra lo que su hermano «no se quedará callado».
Tampoco la Prensa se quedará ahí. Pondrá en cuestión su gestión sobre los escándalos sexuales y habrá quien le busque alguno propio. Algunos medios aireaban dudas vocacionales en su pasado a partir de una frase que dijo Robert a la RAI antes de su consagración: «Cuando uno es joven piensa: mejor dejo esta vida y me caso, quiero tener hijos y llevar una vida digamos que normal, como la que había visto en mi familia».
Pero John ya no contestaba más preguntas. Desoía los nudillos en la puerta, silenció el teléfono y terminó de hacer la maleta a oscuras. En la casa de New Lenox no se movía ni una sombra hasta que llegó una amiga a recogerlo. Y en un visto y no visto desapareció con la maleta en dirección al aeropuerto. La curiosidad es el primer paso hacia la verdad, pero el segundo suele ser el escándalo. Los Prevost son devotos del conocimiento y, a este paso, aprenderán a hacerse adictos al misterio.
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