Miguel Gallego y María Dolores Illán, en fotografía de archivo.C7
El caso del descuartizador
Una infancia tormentosa: las hijas del descuartizador Miguel Gallego declararon que él las maltrataba
Tribunales ·
Manifestaron en sede judicial que Miguel Gallego era agresivo con ellas y que perdieron contacto con él y su madre María Dolores Illán cuando estos vinieron a Gran Canaria
Las dos hijas del matrimonio formado por Miguel Gallego Pousada y María Dolores Illán Méndez declararon en sede judicial que su padre las maltrataba físicamente e incluso les llegó a propinar «palizas», aunque negaron haber presenciado agresiones hacia la víctima. Todo ello en el marco de la investigación judicial que intenta esclarecer el crimen ocurrido el 18 de abril de 2020, cuando el ex guardia civil —presuntamente— acabó con la vida de su esposa en el apartamento que compartían en Playa del Inglés, para luego descuartizar su cadáver y esparcir los restos en distintos puntos del sur de la isla durante dos días.
Las dos testigos comparecieron vía telemática ante el Juzgado de Violencia sobre la Mujer número 1 de San Bartolomé de Tirajana, encargado de la instrucción de este procedimiento. Ambas coincidieron en sus declaraciones, relatando que sufrieron una infancia tormentosa marcada por el carácter autoritario y agresivo de su padre. Afirmaron que su madre también fue víctima de maltrato psicológico, que ella llegó a marcharse de su casa desapareciendo tres veces, que estuvo bajo tratamiento psiquiátrico y que, tras la mudanza del matrimonio a Gran Canaria, perdieron el contacto con ambos hasta que se enteraron de la presunta desaparición.
Una marcha que, en realidad, encubría un crimen atroz. Según los investigadores, María Dolores, de 59 años, fue asesinada por su esposo en el apartamento de la calle Helsinki y despedazada en fragmentos de pocos centímetros. Durante los días posteriores, el acusado se deshizo de los restos arrojándolos en la vía pública, aprovechando los escasos momentos en que podía salir de casa ya que era la época del confinamiento por la pandemia. Para ocultar el supuesto crimen, hizo creer que su esposa se había ido voluntariamente, llegando incluso a denunciar su desaparición y a presentar una carta manuscrita de despedida que, según se acreditó tras una prueba caligráfica, había sido falsificada por él mismo.
Ambas testigos comparecieron vía telemática ante el Juzgado de Violencia sobre la Mujer número 1 de San Bartolomé de Tirajana, encargado de la instrucción de la causa, y coincidieron en relatar una infancia marcada por el miedo, la violencia doméstica y la figura autoritaria del investigado. «Yo, por ejemplo, he sido una niña maltratada y no solo a bofetones», relató una de ellas. «No sé si con 14 o 15 años recibí mi última paliza y, contextualizo, paliza no es una bofetada, es cogerme, tirarme, patearme, yo me mearme encima y pensé: 'me van a matar'».
Fueron entrevistados en 2013 por CANARIAS7
Afirmaron que el investigado ejercía violencia física y psicológica dentro del hogar. Una de las hijas explicó que su padre «nos había pegado alguna vez y nos hacía mucho machaque psicológico». También relató un episodio concreto: «Una vez me pegó un puñetazo y me fui ese día de casa con mi actual expareja y sangrando por la nariz» dijo a preguntas del abogado de la defensa Juan Rafael Martín Hernández.
Respecto a la relación entre sus progenitores, declararon que nunca presenciaron una agresión física directa de su padre hacia su madre, pero sí numerosas actitudes de desprecio, dominio y control. También explicó que, cuando su padre las agredía, su madre «nunca intercedía», y se limitaba a gritar desde una esquina: «Miguel para, para, Miguel para, para».
Ambas señalaron que la víctima se marchó del domicilio familiar en varias ocasiones, en lo que interpretaban como intentos de huida. «Se ha ido varias veces. A Valencia no sé el tiempo exacto, pero tuvimos que ir mi hermana y yo a buscarla», indicó una de ellas. «En Blanes también estuvo un par de días. También se iba a casa de mi abuela, pero no tenían una buena relación».
Las testigos detallaron cómo su madre se encontraba en tratamiento psiquiátrico y había sufrido episodios depresivos. En paralelo, describieron cómo el padre controlaba todos los movimientos de la familia: «Mi madre iba a tomarse un café y la seguía. Mi madre engordó unos kilos y nos cerró la cocina con llave por las noches para que ella no pudiera ir a comer». Añadió que «vivíamos muy en alerta porque no sabíamos en qué momento se iba a desencadenar algo que a él le molestara».
Volvieron a hablarse
Las hijas también fueron preguntadas por el contacto que mantuvieron con su padre tras la desaparición de su madre. Ambas reconocieron que retomaron la comunicación por compasión y con la esperanza del cambio. Una de ellas recordó: «Mi padre en esa llamada nada más que lloraba, es que ya no sabía qué hacer, y entonces empezó a contarme que mi madre se había puesto fuerte, que si no sabía yo lo maltratado que había estado, que si no sabía los últimos años lo que le ha sufrido».
La investigación tuvo un punto clave: la carta supuestamente manuscrita por la víctima para justificar su marcha voluntaria. Una de las hijas explicó que, tras revisar las actuaciones judiciales, cotejó esa misiva con otras que conservaba de su madre: «Le dije al abogado que esa letra no era de mi madre y me contestó que eso que decía era muy grave. [...] Conseguí algunos recibos que tenía, y me dije, 'madre mía, esta no es la firma de mi madre'».
La otra hija explicó cómo, años antes, había tenido que ir a terapia para superar el daño psicológico causado por su padre. «Después de tanto machaque psicológico por su parte, quise poner distancia cuando ellos se marcharon. [...] Decidí cortar la relación, tuve que ir a terapia para pasar ese duelo», declaró.
Imagen de la pareja en el reportaje que realizó este periódico.
Arcadio Suárez
«Ella le daba a él, un propietario vio a la mujer pegándole», manifestó el conserje
El conserje del complejo de apartamentos donde residía el matrimonio formado por Miguel Gallego Pousada y María Dolores Illán Méndez declaró en sede judicial que los conflictos entre la pareja eran habituales y públicos. «Se oían los pleitos desde el balcón, desde la piscina, lo veíamos todo el mundo», afirmó el extrabajador del complejo Aida, ubicado en la calle Helsinki de Playa del Inglés.
Luis González Alemán, que fue empleado de mantenimiento en el recinto durante 47 años, aseguró que la convivencia entre el ex guardia civil y su esposa era conflictiva. «Escuchaba pleitos, gritos… Gritaban uno y otro». También explicó que en varias ocasiones el propio Miguel Gallego se disculpó con él avergonzado por los altercados: «Me decía 'perdona Luis por los ruidos y el escándalo que hayamos hecho'».
El testigo señaló que María Dolores era una mujer «muy celosa» y con «mucho genio». Según afirmó ante la magistrada, en al menos una ocasión vio al investigado con marcas visibles en la cara y en un brazo: «Algún arañazo, algún golpe tenía, sí». Aunque admitió que nunca presenció una agresión física por parte de la mujer, sí dejó constancia de que «lo imaginábamos todo el mundo quién se lo hacía porque lo oíamos».
El testimonio se completó con una conversación que, según relató, mantuvo recientemente con un vecino del complejo. «El otro día me llamó un propietario y me dijo que vio a la mujer pegándole a él», afirmó el conserje, subrayando que, aunque no fue testigo directo de los golpes, sí escuchó gritos frecuentes procedentes del apartamento donde convivía la pareja.
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