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Olatz Barriuso y Lourdes Pérez
Domingo, 20 de abril 2025, 12:22
Los dos socios soberanistas vascos del presidente Sánchez –los más predecibles y fieles, también, en las dos últimas legislaturas– llegaban a este Domingo de Resurrección, ... Día de la Patria en Euskadi y de comunión entre las familias del nacionalismo, con las espadas en alto justo un año después de las autonómicas que los peneuvistas ganaron en votos pero con un empate histórico a 27 escaños para la izquierda abertzale. Con Arnaldo Otegi afianzado, a sus 66 años, en el liderazgo de EH Bildu para intentar en el futuro ciclo electoral el sorpaso que los suyos rozaron en 2024, los peneuvistas afrontaban un Aberri Eguna con estreno tanto del nuevo lehendakari, Imanol Pradales, como en la presidencia del partido, en la que Aitor Esteban, portavoz en el Congreso durante dos décadas, ha sustituido a Andoni Ortuzar en un tormentoso relevo.
En este contexto, con heridas internas por restañar, manteniendo el pulso fratricida con la izquierda abertzale que juega ya en Madrid en pie de igualdad gracias a las necesidades de Sánchez y bajo el eco de la primera gran disputa con los socialistas en el Gobierno vasco a cuenta del trazado por rematar del tren de alta velocidad, el PNV se afanó en marcar perfil y en reivindicarse en el señalado Día de la Patria vasca. La jornada 'ad hoc' para incentivar la pulsión soberanista en la militancia, en una Euskadi donde hoy, según el Sociómetro del Ejecutivo de Vitoria, apenas el 21% de la ciudadanía se declara abiertamente favorable a la independencia. Y el lema en euskera para la ocasión –'Euskadi gara, mundialak gara' ('Somos Euskadi, somos mundiales')– reflejaba tanto la inquietud por el convulso contexto internacional que anida en un partido con histórica vocación europeísta, como «la ambición» por construir nación «día a día» –en palabras de Esteban– e intentar situarla en el marco global.
El PNV, con una firme apuesta por la continuidad de Sánchez aunque haya hecho valer su capacidad para pactar con el PP cuando ha visto sus intereses en cuestión, quiso delimitar su terreno frente a una EH Bildu a la que echó en cara su pasada connivencia con ETA, enfatizar los deberes que cree que tiene pendientes el presidente del Gobierno y cargar contra los poderes «profundos» de la España «centralista» que trataría a cortar las alas a los nacionalismos periféricos, más decisivos que nunca en la gobernabilidad del país en su conjunto. Lo llamativo, por inesperado, fue que el discurso más combativo lo desplegara Pradales, ante un Esteban que se ufanó –él era el negociador en Madrid– de las conquistas políticas alcanzadas por el PNV.
Con el horizonte de una eventual entente entre las dos fuerzas del soberanismo y el PSE para actualizar el Estatuto de Gernika a partir del reconocimiento de Euskadi como «nación» –un pacto aún muy incierto y que sigue tropezando con el derecho de autodeterminación–, Pradales denunció la existencia de un «Estado jacobino» con fuertes «tentaciones centralizadoras» al que, aseveró, él y los suyos no consentirán que «impida el avance del autogobierno vasco». «¡Somos una nación!», clamó ante la militancia congregada bajo la lluvia de Semana Santa en la Plaza Nueva de Bilbao. «¡No vamos a permitir una Euskadi subordinada! ¡Nos tendrán enfrente y de frente!». «Piensan –agregó sin suavizar el tono– que el Estado se reduce a su capital (por Madrid) e intentan drenar lo que ellos denominan 'periferias' o 'provincias'. Es la típica concepción de un Estado jacobino y centralista, con una capital que absorbe todo y pretende subordinarnos a sus mandatos». «¡Pues no!», bramó.
Pradales no dio a entender que incluya en esa España amenazante al Gobierno de Sánchez, pero sí se mostró exigente con el presidente. Para empezar, le reclamó más diligencia y celeridad en el traspaso de las competencias estatutarias pendientes –la más espinosa es la gestión (no la caja) de la Seguridad Social–, porque el ritmo es «demasiado lento» y porque «el pacto obliga»; el recordatorio de cuál fue la contrapartida de los peneuvistas para apoyar la investidura. Pero el lehendakari fue incluso un paso más allá en su presión, al reclamar al líder socialista una«bilateralidad efectiva» Euskadi-Estado para impedir la «erosión» del autogobierno vasco.
Tras él, Esteban dijo a los suyos que desconoce cómo se llamará el futuro presidente del partido, «si se apellidará Agirregomezkorta, Martínez o García; o puede que Hassan, Diop o Iriarte; o quizá Dupont, Popescu o Barinagarrementeria». «De lo que no tengo absolutamente ninguna duda es de que su única patria será Euskadi», enfatizó el líder peneuvista, quien recalcó que el PNV se entrega a su «ambición nacional día a día, año a año desde hace más de 40, desde hace 130, caminando hacia delante y sin poner palos en las ruedas». «'Facta, non verba'», espetó en latín a Bildu, para hacer ver que una cosa son las palabras y otra, los hechos.
En su propio Aberri Eguna en Pamplona, Otegi no solo no respondió al dardo, sino que remarcó que el día era para la concordia nacionalista. Y pidió en este trance histórico «inteligencia emocional y política» a su militancia para conducir a «Euskal Herria» hacia una «república vasca de iguales».
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