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Nuestros mayores son tan adictos a las pantallas como esos adolescentes a los que demonizamos por pasarse el día enganchados al móvil o frente a ... un monitor de ordenador. Y no es un problema menor. De acuerdo al Análisis de la Industria Televisiva Audiovisual 2024 llevado a cabo por Barlovento Comunicación, los españoles de más de 65 años constituyen el grupo demográfico que más minutos dedica al visionado televisivo: unas siete horas diarias, por encima de las cinco horas que acumulan los telespectadores comprendidos entre los 45 y los 64 años.
Aunque siempre se ha ensalzado el papel de la televisión a la hora de 'hacer compañía' a la tercera edad, lo cierto es que usarla de forma abusiva apareja graves consecuencias para la salud. La primera y más evidente es el sedentarismo: una actividad pasiva como atender a la programación de las distintas cadenas durante largos periodos resta horas de movimiento, lo que se ha asociado con patologías como el cáncer, la obesidad, la hipertensión o la diabetes. Algo que según Birgit Sperlich, científica deportiva de la Universidad de Würzburg, empeora si el mayor «utiliza un asiento que no le obligue a cambiar de postura, como un sillón reclinable o un sofá».
Esto último se asocia también con molestias articulares: los problemas de cervicales y lumbares son comunes entre quienes se sientan de forma incorrecta al ver la televisión, algo que podría mitigarse fácilmente. «Debemos asegurarnos de que nuestros pies toquen el suelo y que nuestras rodillas estén a la altura de las caderas. Además, si pasamos tiempo en el sofá, lo mejor es colocar almohadas de apoyo detrás de la espalda para mantener una posición cómoda y adecuada, lo que ayuda a prevenir la inclinación de la cabeza hacia adelante», aconsejan desde la clínica valenciana FISIOMECU.
También han sido muchos los expertos que han señalado problemas de visión y audición entre aquellos mayores que tienen en el consumo televisivo su principal actividad cotidiana: mirar a cualquier pantalla durante horas provoca cefaleas, sequedad ocular e incluso visión borrosa y, de hecho, está demostrado que una mayor exposición a dispositivos de visualización desde la infancia incrementa el riesgo de desarrollar miopía. Por su parte, es habitual encontrarnos con personas de la tercera edad que suben el volumen del televisor hasta límites insospechados (para desesperación de sus vecinos) por resultar duras de oído. Sus patologías no hacen así más que agravarse.
Además de la atrofia muscular y los problemas circulatorios igualmente inherentes a ver mucha televisión cuando se alcanza cierta edad, diversos estudios han identificado un empeoramiento de la salud mental. Como el llevado a cabo por investigadores de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM) y el Centro de Investigación Biomédica en Red de Epidemiología y Salud Pública (CIBERESP): tras un seguimiento exhaustivo del estilo de vida de 2.614 personas mayores de 60 años, se encontró que las mujeres sedentarias que no realizaban actividades asociadas a un mayor esfuerzo intelectual (escribir, leer...) desarrollaron lo que se conoce como 'distrés psicológico', «un tipo de estrés negativo que provoca un desequilibrio emocional y fisiológico. Es decir, se trata del estrés crónico caracterizado por una preocupación constante que, en casos extremos puede llevar a la persona a una depresión», explica la psicóloga Myriam Restrepo.
Sabiendo que la depresión es el trastorno mental más común en ancianos (lo sufren un 10% de los mayores de 60 años en todo el mundo), parece lógico preguntarse hasta qué punto esto se relaciona con sus rutinas televisivas. Es más, podríamos estar ante la clásica pescadilla que se muerde la cola: muchos de quienes encienden la televisión lo hacen por sentirse solos (apenas son visitados por sus familiares y no tienen contacto con el vecindario); esto los aísla aún más socialmente, sumiéndolos en un cuadro ansioso que a su vez acelera el inevitable deterioro cognitivo.
A dicha colación, se ha demostrado que un uso excesivo de pantallas altera las estructuras cerebrales, derivándose problemas de concentración, memoria y raciocinio entre la población más envejecida. El Estudio Longitudinal Inglés sobre el Envejecimiento, que incluyó a 3.662 adultos mayores de 50 años, concluyó que quienes veían unas 3,5 horas de televisión al día presentaron más dificultades para recordar palabras durante el lustro siguiente. También fueron habituales los casos de insomnio, algo que los expertos llevan tiempo alertando incluso para la población general: usar pantallas hora y media antes de meternos en la cama impide conciliar el sueño.
La buena noticia es que, más allá de pedir a nuestros mayores que adopten una buena postura al sentarse en el sofá, los perjuicios expuestos tienen una solución abarcable: procurar el acompañamiento y la supervisión del mayor con visitas periódicas que le hagan no depender tanto del mando a distancia, comunicar sus preocupaciones y salir a la calle con un mayor propósito que el de hacer la compra o acudir a la consulta del médico.
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