
'La expulsión del paraíso'
«El novelista se interna en el paraíso, en ese jardín mítico, lugar delicioso y placentero al cual la mitología griega conocía como el Jardín de Las Hespérides».
Felipe García Landín
Sábado, 3 de mayo 2025, 23:07
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Felipe García Landín
Sábado, 3 de mayo 2025, 23:07
La literatura, independientemente del género, tiene la capacidad de despertar emociones y sugerir otras historias y otros pensamientos. Cuando la obra literaria se apodera del ... lector, este acaba construyendo a partir de la experiencia personal su propia historia sobre lo leído y se enriquece. Así lo expresaba Jean Paul Sartre en 'La náusea': «El hombre es siempre un narrador de historias; vive rodeado de sus historias y de las ajenas y ve a través de ellas todo lo que le sucede». Esta cita sirve de pórtico a 'La expulsión del paraíso', la última novela publicada de Juan Manuel García Ramos que no dejará indiferente, una vez más, a sus lectores. El novelista se interna en el paraíso, en ese jardín mítico, lugar delicioso y placentero al cual la mitología griega conocía como el Jardín de Las Hespérides. Amor y muerte habitan este paraíso terrenal en el que la belleza y la sensualidad juegan con la soledad, la incomunicación, el placer, la intransigencia, la explotación, el miedo, la desconfianza. También sexo y juventud se asocian al paraíso celestial y «hay paraísos semejantes al cuerpo humano», que dicen que escribió Swedenborg. García Ramos nos cuenta cómo la isla puede ser un refugio o un infierno a través de Cristoph —un martiniqués de cincuenta y tantos años—, que cruza el Atlántico y desembarca en una de las islas del archipiélago macaronésico —«remotamente materno»—. Llega con el propósito de escribir un ensayo sobre las islas ultraperiféricas de la Unión Europea y olvidar un amor imposible. Conocerá a una mujer isleña más joven que él, casada, a la que en un juego inocente esta lo bautiza como el General y él le corresponde llamándola Princesa. Como si fuera un cuento por escribir para espantar la realidad. Habitará en alquiler la Hacienda de San Francisco construida en el siglo XVII. El entorno es paradisíaco, con sus jacarandas en flor, las palmeras, los dragos, los árboles de coral, las acacias cuajadas de flores amarillas y las hectáreas de plataneras que se extienden hasta el mar. Un mundo reducido, pero placentero, en el que aparentemente no sucede —ni se espera— nada que altere la armonía de la isla. Tendrá trato con el estricto capataz de la finca, frecuentará la fonda en la que los nativos olvidan sus penas y dirimen sus broncas, formará parte de una tertulia con «esa gente que merece la pena conocer»: el isleño Elías de la Calle, un antiguo profesor universitario, escritor de una novela casi autobiográfica y casi terminada; un danés excorresponsal de la Agencia Reuter que había cubierto todas las independencias de África después de las Guerras Mundiales y un paisano de padre británico, que había trabajado en las plataformas petrolíferas de medio mundo... Náufragos que matan el tiempo en alcohol.
Y poco a poco iremos conociendo las interioridades de los personajes principales y los enigmas que encierra la isla. Podría decirse que el hilo conductor es la pulsión sexual de los protagonistas —el General y la Princesa—, que discurre en paralelo a las tensiones entre la población campesina y sus patronos. En un territorio en el que la vida parece ser sencilla y agradable, la tensión se va generando calmosamente hasta descubrirse el secreto que guarda la isla y el misterio de unas muertes extrañas. «Las islas son el paraíso cuando no existen sus habitantes». La estrechez del espacio geográfico desata rencores, el ambiente se torna irrespirable y la moralidad intransigente genera desconfianza. La historia, que había comenzado con un esperanzado Cristoph decidido a abandonar la ansiedad, la desesperanza y el miedo al paso del tiempo, acabará de forma dramática y amarga. La novela, con una prosa efectiva y expresiva, conduce al lector por un paraíso de rincones ocultos y con veredas casi vírgenes para mostrarnos el juego del amor y la pasión sexual. El amor en toda su dimensión es uno de esos instintos que, según Octavio Paz, nos lleva «a cavar y ahondar en nosotros mismos y, simultáneamente, a salir de nosotros y realizarnos en otro: «muerte y recreación, soledad y comunión». El protagonista de esta novela huye del miedo a vivir y a amar, de la soledad y de la vejez que acecha. Esta la combate con dosis de sexo hasta que llega la huida o expulsión del paraíso, transformado en selva por una serie de circunstancias desdichadas. Los personajes de la Princesa y el Coronel recuerdan, salvando todas las distancias, a los amores de la princesa Dácil y el capitán Castillo. Una isleña comprometida, casada, se enamora de un extranjero. «¡Cuidado con los extranjeros!», le advierte su marido. El coronel es un intelectual, ella una mujer joven y seductora que siente atracción hacia lo extranjero y terminará conquistada. Vivirán una pasión adictiva e irracional que desafía el peligro de transgredir las normas en una sociedad rural. Cristoph, narcisista y seductor, padece el síndrome de don Juan. Necesita compulsivamente amar y afirmarse en los ojos de la amante, sea esta la Princesa o la propietaria de la escuela de equitación, Cristina Holding. El Coronel no establece compromisos y acaba huyendo de los lugares, aunque lo disfrace de viaje.
Explora García Ramos la mente humana al tiempo que maneja la intriga y la introspección. La geografía por momentos recuerda el tópico del lugar idílico. El ambiente —el medio y la naturaleza— está creado y recreado con acierto por las descripciones —las justas en todo momento— del paisaje que contribuye a la atmósfera narrativa. Cristoph de Saint-Antoine y Castro desembarca en el Archipiélago macaronésico con unos pocos libros entre los que destaca 'Cuaderno de regreso a la tierra natal', una obra de su paisano Aimé Césari, el poeta que denunció el colonialismo y la esclavitud. A lo largo de la novela las referencias a escritores y la reproducción de citas literarias quedan perfectamente ensambladas en la narración, bien para reforzar el carácter o el estado de ánimo de los personajes, bien para resaltar algún aspecto social o significar algún elemento del entorno. El profesor e investigador Juan Manuel García Ramos —parodiando a Roland Barthes— combina «un poco de prudente saber y el máximo posible de sabor». La expulsión del paraíso, además de lo dicho y lo callado para no hacer espóiler, refleja desencanto; el desencanto de quien llega a la atalaya de la vida madura y descubre que todos los lugares del planeta se vuelven islas del infierno por «la torpeza de sus inmerecidos habitantes». Y me viene a la mente el poeta John Milton, puesto que García Ramos explora la idea, siempre actual, del paraíso perdido a través de unos personajes que nos recordarán «hasta el fin de los días cuáles han sido nuestras responsabilidades en todo lo sucedido».
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