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Mercedes Gallego
Corresponsal. Nueva York
Martes, 6 de mayo 2025, 21:02
Una cosa era decirlo en campaña y otra decírselo a la cara. El nuevo primer ministro de Canadá, Mark Carney, tuvo este martes el valor ... de hacerlo en el Despacho Oval: «Canadá no está, ni estará nunca, en venta», le advirtió a Donald Trump cuando este insistió en las ventajas de las que disfrutaría su país si se convierte en el 51 estado de la Unión estadounidense.
Carney se lo debía a los 8,6 millones de personas que votaron la semana pasada por el Partido Liberal para nombrarle oficialmente primer ministro, tras haber sucedido de forma interina a Justin Trudeau. Fueron las amenazas anexionistas de Trump las que dieron un vuelco a las encuestas y enviaron al Partido Conservador a la oposición, porque los canadienses buscaban a alguien que pudiera hacer frente a Trump y no confiaban en un líder de la derecha populista, demasiado cercano a sus posturas.
El ex gobernador del Banco de Canadá y Banco de Inglaterra, un neófito de la política, prometía plantarle cara, pero los votantes querían también que pudiera mantener una buena relación de trabajo con el vecino bravucón. «No se puede subestimar la importancia de la relación personal entre el presidente y el primer ministro, es crítica», advirtió el columnista Lawrence Martin en el diario 'The Globe and Mail'.
Carney cumplió el objetivo. Durante los 40 minutos que duró el encuentro con la prensa en el Despacho Oval solo intervino tres veces, con amabilidad, pero con firmeza y sin perder de vista el ego de Trump al que calificó de «transformador». Una palabra cuidadosamente elegida por su neutralidad, en línea con todo lo que dijo. «Como inversor inmobiliario, usted sabe que hay sitios que no están en venta. Esta mansión es un buen ejemplo», recordó el canadiense en la Casa Blanca. Su anfitrión agradeció el reconocimiento a su carrera y otras adulaciones que vendrían después, cuando le atribuyó el mérito de haber «revitalizado» la seguridad internacional, pero no soltó a su presa. «Nunca digas nunca jamás», le respondió Trump.
Los elogios le valieron a Carney el compromiso de que serán «amigos» y las bendiciones de Trump. «Canadá ha elegido a una buena persona, con mucho talento», declaró. Sin embargo, la cordialidad no evitó las tensiones. El presidente estadounidense advirtió previamente que nada de lo que dijese el primer ministro canadiense serviría para que levante los aranceles del 25% que ha impuesto a la industria automovilística y a la siderúrgica: «No queremos coches canadienses, queremos hacerlos nosotros. No queremos acero canadiense, ni aluminio». Carney le recordó que el 50% de las piezas de los coches ensamblados en Canadá son estadounidenses, pero su anfitrión no tenía un día muy racional.
Trump se enojó cuando la prensa le preguntó cuántos tratos ha firmado -según el secretario del Tesoro ni siquiera ha empezado a negociar con Canadá- y aseguró que ni siquiera necesita informar a otros países de los que hace. «No tenemos que firmar tratos. Son los demás países los que tienen que hacerlos con nosotros, porque quieren un trozo de nuestro mercado y nosotros no necesitamos el mercado de nadie. Que vengan a fabricar aquí». Un día, afirmó, anunciará «cien tratos», pero antes vendrá un gran anuncio a final de semana o principios de la que viene, que «no necesariamente tiene que ser comercial», intrigó.
También anunció un presunto acuerdo con los hutíes de Yemen para acabar con los bombardeos mutuos, aunque hasta ese momento nadie había podido confirmar el anuncio de los rebeldes. «Nos han dicho, por favor, no nos bombardeen más, ya no vamos a atacar sus barcos. ¿No habéis oído eso? No importa donde lo haya oído yo, es de una muy buena fuente, ¿verdad Marco?», preguntó a su secretario de Estado, sentado en la sala.
Carney se erguía rígido en el asiento, tratando de reconducir la conversación a los asuntos comerciales que preocupan a su país y en particular a la renegociación del Tratado EE UU-México-Canadá que sustituyó al de libre comercio para Norteamérica renegociado por Trump. El estadounidense solo accedió a mantener la defensa conjunta con el Gobierno de Ottawa, gracias a que «Canadá se está poniendo al día militarmente», le reconoció, como única concesión, que se atribuye a sí mismo.
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